Robots para la tercera edad
—Bienvenidos a Madrid Directo, un día más estamos con vosotros, informándoles de las últimas noticias de la comunidad de Madrid. Hoy, nuestra compañera Beatriz Carballo se ha desplazado al castizo barrio de Chamberí para presentarnos un invitado de excepción, un héroe que le ha salvado la vida a su mejor amigo, amiga en este caso. Beatriz, buenas tardes, cuéntanos, ¿qué nos has preparado hoy?
—Muy buenas tardes, Laura, muy buenas tardes a nuestros queridos espectadores, estoy aquí, como has dicho, en el barrio de Chamberí para presentaros al compañero de piso ideal, se llama Dimitri, y acompaña a Herminia, una viuda de 67 años en su día a día. Vengan con nosotros, vamos a llamar a la puerta.
—Un momento, por favor.
—¿Herminia?
—Hola, hola, pasad.
—Esa voz que ha salido de la puerta cuando hemos llamado, ¿quién era?
—Ese era Dimitri, mi compañero de piso.
—Pero, bueeeno, Herminia, pero en esta casa hay mucha gente.
—Estas son mis amigas del club. Allí vamos a bailar y a hacer ejercicios contra el Alzheimer. Y, luego, los jueves vienen a tomar café y a cantar al karaoke.
(Saludan.)
—Herminia, estamos aquí porque nos hemos enterado de que hace unos días tuviste algún problemilla y tu compañero de piso te ayudó. ¿Qué fue lo que pasó exactamente?
—Pues que yo estaba en el descansillo, y dos hombres me abarcaron, uno de ellos me agarró por detrás mientras que el otro me obligaba a poner el dedo en la cerradura para entrar a la casa a robar.
—Ya, a usted le pusieron esta cerradura por sus problemillas con la memoria, ¿verdad?
—A ver, hija, ¿qué iba a hacer? Antes, estaba aquí todos los días el cerrajero, y cuando no mi hijo, y cuando no, la vecina.
—¿Y qué fue lo que pasó después, Herminia?
—Pues ná que luego de entrar en la casa, me sentaron en una silla, y me taparon la boca para que no gritara. Pero yo lloraba con fuerza y hacía ruidos, decía ay, ay, ay, para que Dimitri me oyera, y mi Dimitri, que es más listo que el hambre, corriendo llamó a la policía. Cuando bajaron, ahí que los estaban esperando.
—Vaya, vaya, qué afortunada eres, Herminia. Preséntenos a Dimitri, seguro que nuestros espectadores están deseando tanto como yo conocerle.
—Espera que le llame, se ha ido a la otra habitación, me está buscando las gafas.
—Pero, bueno, qué caballero.
—Bueno, hoy ha tenido que ir, aunque normalmente, yo le pregunto dónde está algo y él normalmente suele acertar, pero hoy… hoy… hemos discutido, porque él decía que las gafas, según él recordaba, pero ya sabemos que… en fin, que las gafas estaban en la encimera de la cocina y yo le decía que no, hombre, que no, y él me decía: que sí hombre que sí. En fin, que al final le he mandado a fotografiar la cocina. Y, él, que es muy obediente, ha ido. Pero, ya está de vuelta, míralo, qué contento viene, sonriendo, casi siempre sonríe.
—Pero ¿nunca se enfada? Mira que la convivencia…
—Claro que se enfada, si me dice que cierre el grifo, que está abierto, y no le hago caso, porque estoy haciendo en ese momento otra cosa, no voy a decir que chilla, porque es muy educado, pero, en fin, que tiene su genio.
—Pero Dimitri es un compañero ideal.
—Es que él lo fotografía todo, se sabe la casa de memoria, pero yo le he dicho que no, que ahí no están, y se ha ido a mirar a la cocina, decía que en su última foto, las gafas no estaban allí. Dimitri, ¿dónde están las gafas? Ni caso, está hablando con Conchita, qué pesada, no le deja ni a sol ni a sombra. Cualquier día…
—¿No estará usted celosa?
—Noooo, no me malinterprete, yo, si te digo la verdad, no puedo afirmar que me quiera, pero te juro que a veces pondría la mano en el fuego por él, porque lo parece, porque él es muy fiel. Dicen por ahí que el perro es el mejor amigo del hombre, pero para mí, él es mejor que un perro, por lo menos, no se me olvida sacarlo de casa.
—Jejeje, qué graciosa es usted, y qué buen ánimo.
—Dimitriiii, ven pa’ca, hijo, que te quiero presentar a una señorita que ha venido de la tele, quieren conocerte.
—Buenas tardes, soy Dimitri, encantado de conocerle.
—Hola, Dimitri, el gusto es mío y de todos los que nos están viendo ahora. Cuéntame, Dimitri, ¿no estás un poco aturullado de ver a tanta gente?
—aturullado, no conozco esa palabra, ¿puedes utilizar otra?
—Déjame que la apunte, cuando venga mi hijo, se lo digo. Él es el que le enseña hablar, le mete lo que yo quiero que haga y diga. Aunque él también es muy listo. Poooobre, nos está hablando y no le estamos prestando atención.
—¿Qué es aturullado?
—Nada, nada. Larios.
—¿Larios?
—Sí. Me lo enseñó mi hijo. Son palabras que uno elige para que él haga algo en concreto. Una palabra mágica.
—¿Y Larios?
— Es para decirle que cambie de tema, es obsesivo, si no se queda pensando todo el tiempo en eso.
—Ah, ya, es como abortar operación.
—EEEEso.
—Dígame otra palabra mágica.
—Te voy a decir dos. RECUERDOS.
—Enfoca, enfoca ahí. Bueno, esto es espectacular, señoras y señores, como podéis ver, se están cerrando automáticamente las puertas de cristal, separando la cocina del salón, y una pantalla gigante está reproduciendo fotos en tres D de vivencias de Herminia. Esa es preciosa, qué guapa eras de joven.
—Sí, mi hijo me las ha clasificado por años, ahí estaba yo en Sevilla, cuando me vine de mi pueblo a servir.
—Vaaaaya. La gente se pensaría que eras bruja por lo menos, y que puedes mover las cosas de tu casa con solo una palabra.
—Ay, qué risa, sí, al principio cuando vinieron la primera vez a casa las chicas, les dije que yo era bruja y comencé a decir las palabras mágicas y se lo creyeron totalmente, me costó convencerlas de que era Dimitri quien lo estaba haciendo.
— O sea, Dimitri es fantástico.
—Este es un cielo, es lo más bueno que ha parido madre. No te puedo decir que le quiera como a un hijo, pero… casi. Mira, me ayuda en todo lo que él puede, me controla el agua, la luz, el gas; si me dejo un grifo abierto, me lo dice; si me dejo el fuego con la comida puesta y me voy y me olvido, él me avisa; que hace viento, me sube las persianas; que se pone a llover, me cierra toda la casa, que … que… de todo… si no fuera por él, no sé ya que hubiera sido de mí, porque si yo te contara…
—Qué bueno, Herminia, vamos a hablar un poco con él, que le tenemos un poco abandonado.
—Nada, no te preocupes, míralo, ahora está cotilleando, como yo digo, lo que están diciendo mis amigas.
—¿Cotilleando? Sí, es un excusado, todo lo escucha, menos mal, que sabe guardar los secretos, para eso es una tumba. A veces, le digo, y qué estaban diciendo fulanita y menganita de mí cuando me he ido a la cocina, pero nada, se hace el tonto, dice que no me entiende.
—Dimitri, soy Laura, ¿te acuerdas de mí?
—Sí, claro, nos han presentado hoy.
—Muy bien, Dimitri, ¿no juegas al karaoke?
—No sé cantar muy bien.
—Herminia, pero ¿juega con vosotros?
—Sí, pero nada, muy mal, entre que no sabe cantar y entre que no ve muy bien las letras de la televisión… ya le he dicho a mi hijo que Dimitri lo que necesita es unas buenas gafas, que a cantar ya le enseño yo.
—¿Y a qué más juega?
—Al trivial.
—No me lo puedo creer.
—Bueno, jugamos al trivial no porque nos guste, sino porque nos lo mandan para luchar contra el alzeimer, y bueno, ya nos ha ganado más de una vez, aunque él hace trampa, mira en internet, me lo dijo mi hijo, y yo, la verdad, no le digo nada, él se pone muy contento cuando viene gente a la casa y cuando le dejamos jugar y escuchar nuestras conversaciones. Hoy míralo, está eufórico, es muy sociable, como a mí me gusta, claro. Tenemos mucha complicidad.
—Pero ¿cómo se puede tener complicidad?
—Ah, ¿nooooo? Te lo voy a demostrar. A mí, este que está aquí me lee el pensamiento. A veces, me levanto y él ya sabe dónde voy. Otras veces, me dice cosas de mí que yo no le he contado.
—Pero a lo mejor se le ha olvidado a usted que se las ha contado.
—No, porque yo no las sabía. Él me conoce mejor en algunas cosas que yo misma. El otro día se me olvidó ir a misa, ya ves tú, no sé cómo se me pudo olvidar, bueno, pues a las doce y cinco me dice, ¿hoy no vas a misa? Se aprende mis costumbres, y como me las salte, me lo echa en cara el muy sinvergüenza.
—Este Dimitri. Dimitri, Herminia nos ha dicho que llamaste a la policía el otro día.
—El otro día, ¿qué día?
—Es que no está acostumbrado a tu forma de hablar. Larios. Dimitri, cariño, cielito lindo, busca policía en tu baúl.
—El día jueves 8 a las siete y media de la tarde llamé a la policía porque me puse nervioso, sentí miedo. Herminia estaba en peligro.
—¿No es un amor?
—Dimitri, eres un héroe.
—No sé si soy un héroe. Sócrates dijo conócete a ti mismo, pero yo solo sé que no sé nada.
—Jajaja. Dimitri, ¿eres un filósofo?
—Ay, sí, hija, le encantan las frasecitas, cualquiera diría que es muy leído, aunque yo nunca le he visto con un libro en la mano, pero es normal, qué va a hacer la criaturita, si no tiene manos… Aunque yo, por la noche, le leo cuentos, para que aprenda a hablar mejor.
—Eso es precioso. Bueno, pues ya han visto ustedes, Herminia, Dimitri, me despido de vosotros, ha sido un placer, gracias por enseñarnos tu casa, pero antes de irnos, ¿una pregunta más? ¿Cuál era la segunda palabra?
—ROSAS
—Humm, qué olor tan exquisito, lástima que vosotros, desde vuestras casas, no lo podáis oler. ¿Dimitri te perfuma la casa?
—Bueno, cada habitación tiene un olor diferente, me lo puso mi hijo también, al principio, yo le decía a Dimitri, Dimitri, me voy a dar un baño, ponme olor a pino, porque cuando me baño, me gusta pensar que estoy en un bosque, y Dimitri movía sus hilos, como yo digo, y me perfumaba el baño. Después, ya solo tenía que decirle, Dimitri me voy a dar un baño, y entonces él hacía el resto, sin yo decirle nada, pues ¿no te digo que me lee el pensamiento?
—Ya ven amigos, la amistad no tiene fronteras. El mundo está cambiando, y por una vez, a mejor. Un placer haber estado con vosotros, te devolvemos la conexión, Laura, un saludo para nuestros espectadores y hasta mañana. ¡Adiós Dimitri, adiós Herminia, adiós a todos!