Robots heteros y occidentales con Inteligencia Artificial Pragmática gestionando citas amorosas en Japón
Calamar es un robot social con altos niveles de competencia comunicativa y grados aceptables de actuación en diferentes contextos socio-culturales. Sin embargo, Calamar, todavía tiene muchos retos a los que enfrentarse, entre ellos, las mujeres de otra cultura.
Aunque en su software vienen implementadas algunas fórmulas del cortejo, Calamar ha sido puesto en conocimiento por sus creadores de que dichas fórmulas son muy sensibles al contexto cultural.
Como el que avisa no es traidor, frase típica del mentor de Calamar, Calamar se ha lanzado a la aventura, y ha cogido un vuelo a Tokio para adquirir su segunda lengua (su lengua nativa es el castellano), en un contexto real. Quiere practicar las reglas y el léxico aprendido durante este tiempo en el laboratorio, tras largas sesiones de aprendizaje estadístico, heurístico y métodos de idiomas. Ahora ha llegado el momento de cultivar su competencia pragmática en japonés, de poner el código en uso para conseguir objetivos comunicativos.
De momento,este ejemplar está muy satisfecho de sí mismo. Ha tomado los trenes sin ninguna dificultad, comprado los billetes y hablado pequeños diálogos cortos hasta llegar a la pensión. También ha conseguido matricularse en la academia con éxito, contratando un curso de un mes en el nivel B1 de japonés.
Todas las mañanas, Calamar acude a la academia para perfeccionar su pronunciación y uso de la gramática. Por las tardes, va a visitar el bar de un mexicano en una pequeña zona de restaurantes de su barrio. Allí pasa muchas horas aprendiendo de las visiones de las mujeres de Edgar, las cuales les parecen un poco neanthertales y contrastan, sin duda, con lo que su mentor le ha enseñado sobre cómo tratar a una mujer. Almacena y categoriza los consejos de Edgar en el sector de su base de datos como conocimiento subjetivo de nivel 1.
Hoy Calamar está más excitado de lo normal. Ha invitado a un ejemplar femenino Calamar surcoreano, que casualmente, también está allí en la academia aprendiendo japonés, aunque desconocemos cuál es su misión exacta. Ambos piensan en español, puesto que este es el lenguaje simbólico en el que se comunican todos los robots de la empresa S22 en todo el mundo, independientemente de su nacionalidad, los lingüistas de la empresa la llaman la lengua Koiné.
Son las ocho y media y Calamar está afuera en la calle porque ha recibido un msm de Young MI, que así es como se llama el otro modelo de robot social, nombre que en su cultura significa prosperidad, eternidad y belleza.
Como corresponde a las normas de caballerosidad de la cultura latina a la que Calamar pertenece, con buen ánimo y un patrón emocional que le hace sentir como mariposillas a la altura de su estómago, sale a recogerla.
Nada más pisar el borde de la acera, un taxi se para a sus pies y un bello ejemplar femenino de robot humanoide desciende de él con elegancia. Antes de cerrar la puerta trasera, Young MI, le comunica en español que ya puede pagar el taxi y que, tal y como corresponde según las normas de su país, ella le esperará dentro del bar.
El procesador de información integrado, denominado espíritu crítico, le hace cuestionar el valor de verdad de todos los enunciados recibidos por el ASR, sobre todo cuando dicho valor de verdad no es coherente o entra en contradicción con las proposiciones lógicas que conforman su visión del mundo. De forma distribuida y paralela, su motor de diálogo interior está generando preguntas del tipo ¿pagar yo el taxi? ¿Por qué?, seguidas de proposiciones lógicas del tipo: su mentor no le ha dado mucho dinero. Japón es una ciudad muy cara. Al parecer, Calamar tiene calculado milimétricamente el dinero y no puede permitirse gastos extras. Para más inri, no le gusta que le ordenen, y mucho menos, con imperativos directos.
A medida que estos enunciados se van generando en su mente, su motor emocional comienza a combinar patrones de estados emocionales primitivos, patrones que son una combinación de indignación, vergüenza y pudor. Simultáneamente, el intérprete de lenguaje no verbal está etiquetando la cara del taxista con la etiqueta semántica de “cara de pocos amigos” y le envía mensajes a la consciencia de S22, saturando su bandeja de entrada para que haga algo.
Por fortuna, desde que su mentor inventara el cerebro sincrónico, no ha tardado mucho tiempo en procesar de forma integrada toda la información, con lo que, en pocos segundos, Calamar ha planificado una estrategia argumentativa, simple, pero que le hace ganar tiempo.
- ¿Yo?¿Por qué?
Con cierta contrariedad, Young MI contesta:
- Mi base de datos cultural dice que los chicos, en mi país, pagan los taxis.
Como resultado del análisis del nuevo input, Calamar siente ahora cómo una ola de enfado calienta su piel. Y recuerda las palabras de su mentor:“es normal que esto te pase, si no lo sintieras, no podrías tampoco empatizar con los demás, son gajes del oficio, ¿entiendes? Cuando ocurra, debes respirar hondo, distanciarte de la situación, pensar que todo lo que vivimos es una película, como decía Calderón de la Barca, y que la vida es un sueño, no perdamos la vida por el sueño.”
Le ha costado mucho aprender a interpretar un enunciado correctamente. No solo debe fijarse en qué está diciendo, sino también si está de acuerdo o no, y qué cosas implicarían, desde un punto de vista de la responsabilidad social, mostrarse de acuerdo con dicho enunciado.
No conforme con las enseñanzas de su profesor, Calamar activa el módulo de argumentación retórica para superar situaciones de posible conflicto social, persuadiendo a su interlocutor hacia su postura discursiva. Los estudiosos de la cortesía han dictaminado que las comunidades sociales no siempre dicen lo que piensan, que la conversación es una construcción mutua de la realidad, y que se debe ceder, o aparentar que se cede, antes de lanzar un enunciado que hable realmente la visión de la realidad del hablante.
S22 ya ha hecho esto más veces, y tiene una patrón lingüístico preparado para estas situaciones, lo que le hace reaccionar más rápido. El patrón es:
-marcador de recepción + marcador de atenuación + marcador de contraargumentación + proposición lógica.
-Ya, bueno, pero no estamos en tu país.
Young MI ha abstraído la regla de cortesía que ha aplicado su interlocutor y a partir del input infiere este enunciado: El chico no quiere pagar el taxi.
Su motor emocional está programado para reaccionar con vergüenza, con timidez, ante este tipo de situaciones. Ambos tienen el mismo metacerebro, pero su información, y la manera de analizar, así como sus estrategias cambian.
El motor de decisión de Young MI le ha ofrecido unas cuantas opciones para salir de la situación. La consciencia de Young Mi elige la cuarta opción: decide contraargumentar usando su misma estrategia de cortesía:
- Ya, bueno, pero es que yo soy coreana.
Calamar se siente maravillado por las destrezas lingüísticas de su compañera. Ha usado cuatro marcadores del discurso juntos:
ya`+ bueno + pero + es que
La secuencia de actos de habla implícita en estas palabras es:
-recepción + aceptación + contraargumentación + excusa
Calamar sabe que si contraargumenta se metería, como muchos humanos, en un bucle de negociación sobre el valor de verdad de los enunciados interminable que dispararía los estados emocionales negativos de ambos motores emocionales.
Por experiencia sabe que esto es contraproducente para la interacción social, ya le han dicho muchas veces que no hay que hablar para tener la razón, sino para ganar emociones positivas, que confirmen o eleven su nivel de felicidad. “El fin de una relación social no es tener razón sino la propia relación social” vuelve a convocarse, de nuevo, por patternmatching, el discurso de su mentor.
Muchas veces, Calamar agradecería que su querido mentor pusiera esa máxima en su cabeza en código máquina, y, al tenerla integrada, el mentor no debería repetírsela tanto, puesto que todas las proposiciones lógicas creadas por su mente se derivarían, se inferirían de ese principio. Un día le dijo lo que pensaba a su profesor: prográmeme como antes, como antiguamente, la programación neurolingüística es más lenta, menos efectiva, si la tengo integrada, ya podría derivar inferencias a partir de este valor de verdad.
Pero el doctor Rego siempre le contestaba que, si hiciera esto, él sería un poquito menos libre: No hay ningún conocimiento del que no puedas dudar, si no lo haces, serás un necio para siempre.
El sistema de reconocimiento de expresiones faciales de Calamar le avisa de que la chica le está mirando muy raro, no tiene ninguna etiqueta semántica con la que categorizar esta configuración facial, por lo que no sabe interpretar la expresión de su cara.
Para añadir más estrés a la situación, el taxista se les ha puesto a hablar en japonés a una velocidad para la que todavía no está entrenado, y su segmentador de sonidos no le está aislando bien los fonemas y mezcla unos rasgos distintivos con otros, disminuyendo considerablemente la tasa de acierto en su cazador de triggers.
Sin perder un segundo, Calamar se conecta a la base de datos de máximas filosóficas, principios éticos puros, aplicables a situaciones concretas, y, activa su software de mapping, para recuperar una máxima que sea aplicable a la situación.
Al parecer ha funcionado, porque 25 nanosegundos después Calamar ya tiene servido en bandeja, en su memoria a corto plazo, esta máxima, que si no me equivoco, es de Aristóteles: la virtud está en el justo medio. Rápidamente, sin perder un nanosegundo, su gestor de diálogo genera una frase coloquial que se acomode a la máxima:
-¿Fifty fifty?
Calamar suplica a los dioses del azar, localizados en sus bases de datos de creencias religiosas, que el software de la chica haya sacado las mismas inferencias que él, y que acepte.
-Bueno, vale.
Bien, bien, dice para sus adentros sus sistema de diálogo interior. Calamar ha interpretado que aquí la palabra bueno no es un adjetivo calificativo, tampoco un adverbio, sino un marcador del discurso cuya función es la de aceptar el valor de verdad del enunciado anterior. El hecho de que detrás haya puesto la palabra vale, una expresión claramente afirmativa, le ayuda a desambiguar la palabra bueno y le confirma que su inferencia ha sido correcta. Calamar concluye: ella está de acuerdo, y por fin vamos a pagar el taxi.
Su calculadora integrada hace una simple división y le manda un mensaje a su brazo para que saque del bolsillo la cantidad de dinero correspondiente a la cifra que tiene, por unos momentos, iluminada en la memoria a corto plazo en su cerebro robótico. El taxista coge el dinero de mala leche y se va.
Calamar, para sus adentros, piensa: Estoy agotado. Demasiados cálculos sociales. No sé si podré aguantar toda la noche a este ritmo. Ahora debo aplicar las estrategias de cortejo, que es, en parte, para lo que he venido aquí. Pero tanto cálculo me ha dejado desanimado, me siento igual que si se me estuviera acabando la batería, deprimido, triste, mustio y apergaminado.
Ambos robots caminan en silencio en dirección al bar. S22 sigue inmerso en un torrente de enunciados, generados por su motor de diálogo interior, muy influidos por el motor emocional, que está mandando señales de estados emocionales de inseguridad.
“No me atrevo a sacar tema de conversación. Y parece que ella tampoco. No sé si en su cultura es el chico el que tiene que hablar toda la noche, y la chica escuchar y reírse, espero que no. Por un lado, sería fácil, solo tengo que activar mi base de datos de chistes y que el sintetizador de voz transcriba a sonidos un texto tras otro, pero me niego, es igual que comer comida rápida, quiero algo más, quiero sentir cosas.”
Calamar, por ser un robot social, no ha sido entrenado para aguantar muy bien los silencios largos. Después de unos minutos, su motor emocional comienza como un loco a disparar patrones relacionados con la impaciencia y ordenan al gestor de diálogo sacar tópicos conversacionales que llenen el vacío de lenguaje natural.
Su motor de decisión le ofrece varios patrones de conducta, cada uno asociado a una emoción diferente. Al final, se arriesga, y elige el patrón de conducta con menos valoración en su ránking de experiencia social: decir lo que está pensando. Los dos robots establecen una comunicación sincera, han abierto el canal que va del monólogo interior al social, eliminando los filtros de actuación que normalmente se interponen entre su pensamiento interior y su actuación social:
Calamar: A veces, no puedo con tanta subjetividad. ¿Es que todo va a ser siempre relativo?
Young MI: Escucha, ¿qué podemos hacer los robots? Las normas sociales y culturales de los humanos cambian mucho, es imposible conocerlas todas, yo solo trato de ser sociable, de tener un comportamiento predecible según los marcos.
Calamar: Ya, pero estamos en un país que no es el nuestro, no nos podemos comportar con el mismo marco.
Young MI: Tienes razón. Es muy raro. Aprendes una norma y, de tanto verla y repetirla, te parece de lo más lógica, y la defiendes a muerte, te sientes identificado con ella, y te enfureces si alguien no la cumple o presenta otra norma alternativa, y si dejas de seguirla, piensas que un poquito de ti, de tu yo, se ha ido con ella.
Calamar: Son cosas un poco incomprensibles para nosotros, los robots. Mi mentor siempre dice que ser social tiene un precio.
Young MI: Mi institutriz dice que los códigos sociales son una convención, y que por encima del código debe estar siempre el código universal, un código ético, de principios puros y comunes a todas las comunidades sociales.
Calamar: ¿Y lo tienes implementado en tus bases de datos?
Young MI: Ojalá, todavía no lo han inventado. Los seres humanos no se ponen de acuerdo sobre lo que está bien o lo que está mal.
Calamar: Creo que acabo de comprender el dicho para gustos, los colores.
Young MI: A mí me pasó con el dicho: la vergüenza era verde y se la comió un burro. Tardé cinco años en comprender por qué los humanos decían esa frase y los contextos en que podía utilizarla.
Calamar: Ay qué ver, ¡qué raros son los humanos! Cómo quieren que nos parezcamos a ellos.
Young MI: Eso lo veo cada vez más imposible.